Por Jorge de Jesús Benítez Correa.
Cuatro
latas de cerveza en el refrigerador, un rompecabezas con la imagen pintoresca
de un poblado imaginario y un libro de segunda mano que hará más ameno el trayecto
al trabajo durante la próxima semana.
Como desde
hace algunos años atrás, parece que este fin de semana seguirá casi de manera
ceremonial la misma rutina. Sin embargo, en esta ocasión Guillermo se encuentra
total y plácidamente solo; su esposa e hijos no regresarán a la ciudad hasta
dentro de un par de días.
La
tranquilidad que impera en la casa, lleva a Guillermo a quedarse dormido en el
sofá de la sala antes de que el sol se oculte por completo en el horizonte,
dejando en un poco menos de la mitad la segunda cerveza del día.
Pasadas
algunas horas, su sueño se ve gradualmente interrumpido por el ruido de un
motor proveniente de la casa del vecino. Intenta no darle importancia, aunque
le cuesta trabajo conciliar nuevamente el sueño. Enciende la lámpara de la mesa
lateral y mira el reloj: las cuatro de la mañana con diez minutos.
Junto con el
ruido del motor, apenas se alcanza a escuchar una canción que Guillermo logra
reconocer. Los segundos transcurren lentamente y ahora le resulta imposible
dejar de escuchar la melodía.
-Pero ¿qué
carajos...?- se dice para sí mismo mientras se incorpora hasta quedar sentado en
el sofá. Parece que el sueño ha sido reparador. Busca su teléfono móvil para
revisar si su esposa ha intentado comunicarse y recuerda que lo dejó en el coche. El clima es
agradable y decide salir a recogerlo.
En el
trayecto se encuentra con su vecino, un hombre que a primera vista, parece
doblarle la edad y al que según Guillermo, parece sobrarle siempre un tanto de
optimismo.
-Buen día-
susurra el vecino. -Espero no haberlo despertado.
Haciendo un
tremendo esfuerzo por no responder de manera sarcástica, Guillermo devuelve
cortésmente el saludo. Ahora, la rutina del viejo ha captado su atención.
Una gran
canasta de mimbre, una pequeña caja de madera y un par de cañas de pescar son
colocadas en la caja de una camioneta aparcada a un costado de la banqueta.
A pesar de
compartir la barda que divide ambos jardines, Guillermo nunca se había
percatado de la afición de su vecino hasta ese momento.
-¿Así que
por esto se ausenta todos los domingos?- exclamó Guillermo. En sus palabras se
percibía una emoción que resultó imposible pasar desapercibida para Josué, un
viejo pescador que inmediatamente detectó el interés que se ocultaba tras dicho
cuestionamiento.
-Así es
vecino- respondió casi de manera indiferente el viejo, mientras de reojo
observaba la reacción de su espectador.
-Todo está
listo- dijo mientras sacudía sus manos y dirigía su mirada a los ojos de
Guillermo; tras una breve pausa, lanzó una pregunta que sin saberlo, sacudiría
momentáneamente su mundo:
-¿Nos vamos?-
Guillermo se
vio inmediatamente sorprendido y no supo que responder. Ante su confusión,
intentó encontrar una excusa para negarse a sí mismo la posibilidad de
experimentar lo que para él, aparecía como una invitación para romper la rutina
del fin de semana. No había planes para las próximas horas, su familia se
encontraba lejos y por primera vez en mucho tiempo, se sintió capaz de al menos
por un día, tomar una decisión sin la necesidad de analizarla meticulosamente y
sobre todo, de consultarla con su esposa.
Finalmente,
tras una revolución en su mente respondió al viejo: -¿Y por qué no?-.
A los pocos
minutos los dos hombres emprendieron el camino, y al menos para uno de ellos, esta
decisión traería consigo una transformación en su vida.
Pasadas las
horas, la vieja camioneta arribó al domicilio del cual partió antes de salir el
sol. Se despidieron de manera casi afectiva. Aquel par de extraños que habían
subido al vehículo horas atrás, parecían haber desaparecido.
Guillermo
entró en su casa, tomó la tercera lata de cerveza del refrigerador y se sentó a
la mesa del comedor. Ahí estaba el rompecabezas y el libro de segunda mano, los
observó durante un par de segundos, dio un pequeño sorbo a la cerveza y tras
dejar la lata sobre la mesa, se dibujó en su rostro una casi imperceptible
sonrisa.
FIN.